domingo, 15 de mayo de 2011

A propósito del tiempo.


De nueve años, parada frente al espejo, vi la luz de las doce de la mañana que dividía en dos mi cara; por un lado, la oscurecía la sombra del baño, por el otro, la iluminaba con los poros del vidrio de la ventana. En cuanto salí de ese mutis, grité a mi madre, quería que viera lo que yo. Mi madre entró con ojos preocupados, en cuanto percató mi sonrisa los cambió por unos de duda. –Mira qué bonita se ve la luz- le dije. Con sus ojos disfrazados de lágrimas susurró -¡Qué bella!-, tocó mi cabello y se acercó para que la luz la cortara a ella. Nos quedamos ahí no más de cinco minutos. Solo alcancé a pensar “Quiero recordarme así”. Del resto no me acuerdo.

De 18 años, emocionada con la “libertad” que ofrecía una vida lejos de casa, dije adiós a mi hermana y a mi mamá, que apenas podían responder con sus lloros, caminé cerca de una hora para llegar a mi nuevo hogar, en cuanto abrí la puerta le di la mano a la soledad ¡qué fuerte es su silencio!, fue raro que ella me acompañara durante un mes. Dormí cómo nunca, más de lo recomendado, hasta que un día sentada a un costado de mi cama, escuché el canto de unos pajaritos, nunca los ví, eran del vecino, me acerque al patio trasero y todo estaba cubierto de espesa neblina, eran las siete de la noche y solo la luz de los focos lograba atravesarla. Corrí al techo y vi mi nueva vida. Recordé mis nueve años.

De 23, mientras recibía los papeles de licenciatura, vi por primera vez a mi papá en la ciudad en donde yo vivía, estaba junto a mi mamá y los dos sonreían. Había mucha gente, pero solo me importaba que estuvieran ellos, debido a una serie de eventos desafortunados faltó mi hermana de sangre, estuvo mi hermana de vida y aunque debía estar concentrada, repentinamente recordé a mi hermanita de seis años, llorando porque se había partido la barbilla mientras jugábamos, me pregunté por la gente con la que jugábamos ese día. En un parpadeo cenábamos toda la familia celebrando mi día.

De 24, llorando frente a la computadora, trato de entender que nada dura para siempre, aunque disfruto del ahora, recuerdo los eventos del pasado, pero no puedo detener la dinámica de una pregunta “¿quién roba el tiempo?”. Me da miedo el tiempo, me da miedo que se largue con mis padres,  con mis hermanas, con mis amigos o que me robé a mí.



miércoles, 11 de mayo de 2011

INVENTARIO


Para mi mujer.
Una sonrisa por la mañana, el primer mensaje. Tu respuesta. Siempre un dato interesante para ambos, una pregunta por responder y pensar, algún recuerdo oxidado por tu mala memoria. Un olor agradable en mi cuarto cuando vienes de visita. Siempre algún viaje memorable. Miles de besos reivindicadores, una dieta rica en colaboración, coordinación y siempre a deshoras. Tu cuerpo semidesnudo por la mañana. Una fiesta inolvidable de mayo, nuevas experiencias de nuevas situaciones en una vida nueva. Planes, horarios, mensajes. Tus llamadas. Amigos comunes e intercambio de nuestras infancias. Creencias, conocimiento, esperanzas. Nuevamente besos, internet en los días interminables, cada tres semanas renacimiento. Días que urgen ser años, lustros, décadas. Momentos malos, momentos buenos. Celos, inocentes y dolorosos. Duchas compartidas desde los días secretos. Química corporal que explota en todo lo bueno que es tenerte conmigo. Presupuestos de los viajes, facturas de la lejanía cobradas al encuentro. Una escena de una toalla digna de novela pasional. Una Antigua que fue sólo para nosotros. Los archivos bochornosos en nuestras laps. Caminatas, muchas caminatas. Disfrutar los silencios, tratar de entendernos mientras nos amamos. Los dolores de la vuelta a otra realidad. Tus cartas, mis manos, tu piel, tu cabello. Éste último permanece en mi cama algunos días cuando te vas. El desorden de nuestro cuarto cuando es nuestro. Los pendientes, las ataduras que nos quitamos. Mi familia, tu familia. La distancia traidora. Tu saliva, la mía.
Siempre tuyo.
                                                                                                             Tu hombre.


*Esta publicación es Autoría Eduardo C.M.