lunes, 1 de agosto de 2011

Nada que decir

Todo sucedió cuando vi aquel caballo, lo vi y me vio, mi mano casi morada por el frío quiso tocarlo, relinchó, pataleó y aún así me acerqué, no podía huir, los dos sabíamos que era el destino, si el destino que con sus heladas estrellas nos miraba, nos guiñaba. Logré subirme sobre su espalda, inmediatamente cabalgamos durante 40 minutos, se detuvo en medio de la nada, ahí congelado bajé y comencé a caminar, trotar y luego a correr desesperado, perdido. Durante todo el camino tuve pensamientos diarreicos sobre el desempleo, el trabajo, mis hijos, mi exesposa, la familia, las nuevas familias, los jotos, los niños, luego yo, yo...en mi. Llegamos a la punta, donde se observa todo, ahí donde otros han observado todo, el desierto se dejó acariciar por mi aliento, busqué más ideas, perseguí palabras e intenté atrapar un la, un do, pero nada. Ahí estaba con mi nariz, con mi lengua, con mis huesos, con mi sangre, solo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario